miércoles, 29 de agosto de 2012

La casa de verano (4)


Los meses pasaron y el curso acabó. Volvía a ser verano y la tía Emma nos había vuelto a invitar a su casa.
Hacía meses que no avanzábamos en nuestro intento de “investigación” y lo habíamos dejado un poco de lado. Durante el curso la tienda no había ido muy bien, y nuestros padres habían decidido ahorrarse el sueldo de la dependienta de verano y quedarse ellos un mes más en la ciudad para intentar ahorrar un poco. Así que nos mandaron a Sara y a mí en tren.

A mis 14 años ese corto viaje sin padres me parecía toda una aventura. Nuestros tíos nos recogerían en la estación, así que no había de que preocuparse.

Mamá nos acompañó al tren, le dijo a Sara que me hiciera caso y que no saliéramos del compartimento hasta llegar a nuestra parada, y todos los típicos consejos de madre, no habléis con extraños, tened cuidado, no os separéis, etc.

La verdad es que el viaje fue una gran decepción, no pasó nada emocionante, y me quede con las ganas de saciar mi sed de aventuras. Sara se había quedado dormida en cuanto salimos de la ciudad, y una señora mayor me contó su interminable vida hasta que fingí estar dormido.

La tía Emma nos esperaba sonriente en el andén, nos llevó a casa y allí tenía preparada una merienda increíble, con bollos rellenos de crema, tarta de manzana, pastelitos de canela y magdalenas de chocolate. Se nos hizo la boca agua solo con olerlo.

Después de instalarnos salimos a dar una vuelta en bici, al llegar a la plaza vimos a las chicas  tomando un helado y nos dijeron que los demás llegarían en un par de días.

Cuando volvíamos a casa pasamos por la calle de Rocío, sus hermanos jugaban en el jardín pero en cuanto nos vieron entraron en la casa. Ya nos íbamos cuando perdí de vista a Sara. Había entrado en el jardín, algo había llamado su atención. Me lo estaba enseñando, pero mi vista no alcanzaba a distinguir lo que era.
Al acercarse pude ver un pequeño zapatito de plata, no entendía nada. Me explicó que era el colgante de una pulsera que le habían regalado las chicas a Rocío en su cumpleaños. No me pareció raro que estuviera en el jardín de su casa, Sara siguió contándome. A Rocío le había encantado la pulsera, y nunca se la quitaba, ni para bañarse en la piscina. Yo seguía sin entender por qué Sara estaba tan nerviosa:

-¿De verdad no ves lo que puede significar? Si Rocío se hubiera ido por su propio pie la pulsera no estaría rota, alguien tuvo que obligarla.

Entonces entendí lo que quería decir, me puse igual de nervioso que ella, teníamos una nueva pista. Sara quería llevarlo a la comisaria de inmediato, pero la convencí para que esperara unos días, cuando los chicos llegaran nos reuniríamos todos, les explicaríamos lo que habíamos encontrado y decidiríamos que hacer juntos.

En realidad lo único que yo quería era algo de tiempo para poder pensar a solas antes de que nos volvieran a apartar de la investigación. Me pasé dos noches sin dormir intentando buscar alguna explicación, pero si no se me había ocurrido nada en todo un año, no iba a resolver el caso en un par de días.

Todos estaban de acuerdo con Sara, había que entregar el zapatito a la policía. Así que esa misma tarde fuimos a comisaría y explicamos cómo lo habíamos encontrado y lo que creíamos que podía significar.

-Chicos, entiendo que os parezca divertido jugar a los detectives y que queráis ayudar. Pero esto no quiere decir nada. Se le podía haber roto jugando con sus hermanos, o de cualquier forma absurda. De todos modos nos quedaremos la prueba por si acaso, y por favor, dejad que hagamos nuestro trabajo y vosotros preocupaos de ir a la playa o jugar con el balón.

Salimos de allí decepcionados, nos seguían tratando como a críos, y era cierto que se podía haber roto de alguna de esas formas, pero ¿y si no fue así? 

En ese momento decidimos que no podíamos contar con la policía.

lunes, 16 de abril de 2012

Soñar... (Kit kat)


Sin abrir los ojos, en ese momento en que te acabas de despertar pero te niegas a admitirlo, aprieto los parpados con fuerza, esperando volverme a dormir, volver a estar a tu lado, volver a ese sueño en el que la realidad es el verdadero sueño, en el que nada ha pasado y sigo junto a ti. Y por primera vez lo consigo.
Estamos en la terraza, tomando el sol. Hemos sacado las dos colchonetas de cuadros verdes  y vamos moviéndolas a medida que atardece para que la sombra de las barandillas no nos deje ninguna marca. Pareces dormida, tienes los ojos cerrados, la respiración pausada, y una media sonrisa en la cara. Yo como de costumbre no se estar callada, así que empiezo a contarte todo lo que pasa por mi cabeza, desde la ropa que quiero que me compres, hasta la cursilada más absurda que ha pasado por mi cabeza, sonríes, pero me mandas callar. Casi no pasan coches por la calle, se puede oír a los pájaros y el calor del sol es tan agradable que empiezo a quedarme dormida. Pero no, no quiero dormirme, eso puede significar despertarme y ya no tenerte a mi lado, así que abro los ojos.
Al abrirlos estamos en el mercadillo, en medio de un montón de gente. Las gitanas de los puestos te saludan, te reconocen, vamos de aquí para allá, yo voy correteando detrás de ti, con miedo a perderte de vista entre tanta gente. Te encuentras con tus amigas, te paras, las saludas, yo estoy a tu lado, aburrida, muerta de calor, deseando que nos hubiésemos parado a la sombra.
De pronto estamos en casa, en la cocina. Tu estas planchando, y yo sentada en un taburete de la cocina vuelvo a contarte mil tonterías. No me callo, soy pesada y te repito lo mismo cientos de veces, pero tú las escuchas todas. Te ayudo a doblar las sabanas de tu cama, me llevo mi ropa a mi cuarto, pero vuelvo corriendo por el pasillo, antes de que Álvaro o Vidu empiecen a contarte algo y no me dejen interrumpirles. Llego tarde, Álvaro está hablando contigo. Me voy a mi cuarto, pongo música y me pongo a jugar con Vidu, bailamos, nos reímos y nos peleamos, al final nos mandas quitar el CD y poner la mesa, vamos a cenar.
Papá llega de trabajar, es tarde y estamos en pijama. Salimos corriendo para saludarle, y nos dice que no le achuchemos, que hace mucho calor. Se va a dar un baño en la piscina, y nosotros vamos corriendo a pedirte permiso para bajar con él. Al final, para que te dejemos en paz, accedes, pero tenemos que ponernos un gorro de piscina, que ya estamos duchados y nos hemos lavado el pelo. Es un baño rápido, en cuanto volvemos a casa, pijama y a la cama.
Ahora volvemos a estar en la terraza, yo llevo mis patines de Tom&Jerry, Álvaro está con su patinete, y Vidu juega con su baby born. Tú te pones los patines de Álvaro, y bajamos al parking. Damos vueltas a las columnas, nos inventamos circuitos y hacemos carreras, nos caemos, nos levantamos, ganamos, perdemos, jugamos.
Al volver a casa me mandas a la ducha, yo no quiero, así que cojo un libro, el pijama y me voy al cuarto de baño. Cierro la puerta, abro el grifo y me siento a leer mientras oigo el agua caer. Vidu llama a la puerta, le has dicho que me avise de que acabe de una vez o me quitaras el agua caliente. Cierro el grifo me pongo el pijama, escondo el libro y salgo. Cuando llego al cuarto de estar estás cosiendo en tu butaca azul, me dices que me acerque y te das cuentas de que no me he duchado, me riñes, me quitas el libro y me mandas otra vez a la ducha.
De repente oigo un despertador lejano, empiezo a despertar, no quiero, vuelvo a apretar los ojos con fuerza, pero esta vez no funciona, estoy en la cama, sigo sin abrir los ojos, aunque sé que no vas a estar, no quiero que te vayas todavía.
Tengo que abrirlos, tengo que apagar el despertador. Salgo de la cama, aparto las cortinas, abro la ventana, y hace un día estupendo, hace sol y el cielo está azul, me recuerda a ti. Sonrío  y empiezo el día, con el dulce sabor del engaño de haberte tenido un ratito más conmigo. ¡Feliz cumpleaños!

viernes, 16 de marzo de 2012

La casa de verano (3)


Sara estaba harta de mí y de mis teorías. El curso había empezado, las vacaciones de Navidad se habían acabado, dejando tras de sí las preguntas sin respuesta. Nuestros padres habían decidido que nos quedásemos en casa ese año, para así evitar los recuerdos del verano. Pero eso no hizo que yo dejara de darle vueltas, Rocío seguía sin aparecer, la policía no había descubierto nada, y todo el mundo, excepto su familia, se había dado por vencido, ya no tenían esperanza alguna, y eso me enfurecía. ¿Por qué se rendían? ¿Acaso no querían volverla a ver? Decidí tomármelo en serio, y empezar una investigación por mi cuenta.

El sábado por la tarde me encerré en mi habitación diciendo que tenía que estudiar y que no me molestaran. Saque una libreta nueva y empecé a anotar todo cuanto sabia y recordaba. La verdad es que no era gran cosa, mis recuerdos estaban confusos, así que decidí anotar todo, aunque no tuviera mucho sentido, y luego pediría ayuda a Sara (que seguro se enfadaría) y a nuestros amigos, a ver que podía sacar en claro.

La verdad es que no fueron de mucha ayuda, los recuerdos vagaban por nuestras mentes de forma desordenada e inconexa, aunque por suerte no me tomaron por loco, y se ofrecieron a ayudarme en cuanto pudieran.

Decidimos reunirnos una vez por semana para poner en común cuanto descubriésemos, y así intentar averiguar algo sobre el paradero de Rocío.

Una noche de insomnio, mientras releía las anotaciones de nuestros recuerdos, algo me llamó la atención. Ninguno de nosotros recordaba haber estado en la piscina de Rocío aquella tarde, pero a todos nos habían dicho lo mismo, que llegamos agotados y nos habíamos acostado al acabar la cena. ¿Era posible que no recordásemos nada ninguno? ¿Y porque nuestros padres nos habían dicho exactamente lo mismo a todos?.

miércoles, 22 de febrero de 2012

La casa de verano (2)


Repasé lo que recordaba de aquel día. Hacía mucho calor, quedarse en casa era insoportable, y más en la de mi tía. Todas las ventanas tenían las típicas mosquiteras de la zona, que evitaban los molestos zumbidos nocturnos, pero no dejaban que corriera el aire lo suficiente como para aliviar ese bochorno.

Sara y yo decidimos acercarnos a la playa,  no nos gustaba demasiado, y menos en días como ese, en los que resultaba imposible encontrar un hueco para estirar las toallas o poder refrescarse, pero el calor empezaba a ser insoportable.

Mamá nos dio protector solar, un par de toallas y dos gorras. Salimos escopeteados antes de que nos cargara con más cosas, y enseguida llegamos al paseo marítimo. Empezamos a buscar algún conocido con el que sentarnos, pronto escuchamos gritos, carcajadas, follón, y allí estaba ella junto a tres de nuestros amigos, jugando con la pelota en la orilla. Pasamos la mañana todos juntos, luego volvimos a casa a comer sabiendo que nos volveríamos a ver, ya que Rocío nos había invitado a su piscina por la tarde.

Según nuestra madre, Sara y yo pasamos toda la tarde con nuestros amigos en su piscina, volvimos a casa sobre las diez, estábamos agotados y nos acostamos enseguida. Esa noche desapareció Rocío, sus abuelos no sabían nada y cuando sus padres llegaron a casa después de pasar el fin de semana fuera ella ya no estaba. Ninguno de nosotros recordaba nada, ni siquiera haber pasado la tarde juntos y eso era bastante sospechoso, pero nadie parecía darle importancia, lo achacaban al shock de su desaparición.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La casa de verano

Su risa era contagiosa, como un cosquilleo que empezaba en el estomago y te hacia sonreír, intentabas evitarlo si estabas enfadado, pero era prácticamente imposible.
En la casa de sus padres había un antiguo retrato de familia en una pared del salón. Sus hermanos salían sonrientes, con cara de traviesos. Su madre tenía una ligera sonrisa y la miraba de reojo. El padre estaba erguido, serio pero relajado, con la mirada fija, parecía seguirte por la habitación, siempre me puso los pelos de punta. Ella no sonreía, tenia un gesto triste, pero su semblante era tranquilo.
Todos los veranos su familia organizaba una fiesta al terminar las vacaciones, la casa y sus jardines se llenaban de todo tipo de gente. Muy bien vestidos, bronceados y sonrientes, pero con cierta tristeza en sus miradas, quizás por el fin de las vacaciones, por la vuelta a ciudad, o por sus monótonas vidas.
Desde que ella desapareció no nos volvieron a invitar a la casa de verano, su madre decía que era demasiado doloroso vernos corretear en la piscina y que ella no jugara con nosotros, aunque realmente nunca pareció que se alegrara mucho de tenernos por ahí.
Ya habían pasado 4 meses desde la última vez que la vimos, y yo no estaba dispuesto a que nos excluyeran de la investigación. Pero ¿Qué podíamos hacer? Para sus padres siempre seriamos unos críos que no recordaban nada de aquel día, poco podíamos hacer.







1ª parte

miércoles, 1 de febrero de 2012

Ojalá fuese otoño

Cansada de tanto dormir, aburrida de no saber que hacer, se despertó un lunes cualquiera de una semana cualquiera y miró por la ventana. El otoño había llegado, los arboles estaban vestidos de cálidos naranjas y parecían arder.
Se levantó de la cama y se preparó un café. Desde que se mudó no tenía ganas de nada, pero quedarse todo el día en la cama no ayudaba. Necesitaba despejarse, así que se vistió con lo primero que encontró y salió a pasear. Era su estación favorita del año, le encantaba como crujían las hojas a cada paso que daba. Buscó el camino que llevaba al río, era un pequeño sendero que se había formado con el paso del tiempo. Ya se oía el fluir del agua, se quito las botas, el jersey y los pantalones, y metió un pie. Se despertó de golpe, estaba congelada, pero era agradable. Se zambulló y nado a lo ancho del pequeño riachuelo. Era una delicia, allí se olvidaba de todo, los problemas no existían, los ruidos de la ciudad quedaban enmudecidos, y parecía que estaba ella sola contra el mundo, se sentía invencible.
De pronto oyó un crujido, un pequeño conejo se acercó a la orilla y se puso a beber, parecía una situación idílica, demasiado quizás. El crujido se convirtió en pitido, y el relajante ruido de las aguas en un ruido de fondo lleno de voces, portazos, y carreras.
Abrió los ojos y ya no estaba nadando en el río, no había conejo ni arboles en llamas, solo una fría y estéril habitación de hospital. No podía mover la cabeza, solo veía lo que tenia enfrente.  Intentó llamar a alguien, pero ni un hilo de voz salió de su boca. No alcanzaba el timbre, y no recordaba que hacía ahí.
Una tímida lagrima de impotencia recorrió su mejilla, solo podía esperar a que alguien apareciera. Deseó estar en aquel río, entre los arboles con sus hojas teñidas de naranja, entonces cerro los ojos y se sumergió en la oscuridad, con la esperanza de que al abrirlos volviera a estar nadando entre las frías aguas.