El vaivén de la casa flotante
ayudaba a conciliar el sueño, pero esa noche hacía demasiado calor. Las
mosquiteras, que tan necesarias eran en las noches de verano, amortiguaban la
brisa.
Se levantó y salió de la casa con
un vaso de agua. La luna y las estrellas se reflejaban en el mar. Se sentó en
una de las tumbonas del pequeño porche y en cuanto cerró los ojos se quedó
dormido. Despertó sudando sin saber cuánto tiempo había pasado, todavía no
había amanecido.
Nunca le había gustado bañarse de
noche, pero el calor era sofocante. Pegó un gran salto y el frio contacto con
el agua le reconfortó, no era tan horrible. Empezó a nadar y por fin se
sumergió, la luz de la luna proporcionaba una claridad asombrosa bajo el agua.
Siguió bajando y algo le rozo el pie, se giró pero no vio nada. Al poco rato lo
volvió a notar, se dijo a si mismo que era la falta de aire, además empezaba a
tener frío. Intentó subir, pero una corriente se lo impedía. Volvió a tocarle
el pie y miró, pero seguía sin ver nada. Una fuerza que no sabía de dónde salía
le impulso hacia arriba, ya estaba a punto de salir a la superficie cuando
volvió a mirar tras él, una sombra oscura se le acercaba, intentó nadar más
aprisa, pero los nervios se lo impidieron. Se giró de nuevo y pudo ver un par
de brazos que no veía de donde salían, pero intentaban agarrarle. Empezó a
patalear intentando zafarse de ellos, les dio un par de golpes pero no
consiguió nada. Los dos brazos se convirtieron en cuatro, y estos cuatro en
seis, no podía creer lo que estaba viendo, empezó a marearse y dejó de luchar,
los brazos del mar se lo llevaron con ellos.
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