miércoles, 22 de febrero de 2012

La casa de verano (2)


Repasé lo que recordaba de aquel día. Hacía mucho calor, quedarse en casa era insoportable, y más en la de mi tía. Todas las ventanas tenían las típicas mosquiteras de la zona, que evitaban los molestos zumbidos nocturnos, pero no dejaban que corriera el aire lo suficiente como para aliviar ese bochorno.

Sara y yo decidimos acercarnos a la playa,  no nos gustaba demasiado, y menos en días como ese, en los que resultaba imposible encontrar un hueco para estirar las toallas o poder refrescarse, pero el calor empezaba a ser insoportable.

Mamá nos dio protector solar, un par de toallas y dos gorras. Salimos escopeteados antes de que nos cargara con más cosas, y enseguida llegamos al paseo marítimo. Empezamos a buscar algún conocido con el que sentarnos, pronto escuchamos gritos, carcajadas, follón, y allí estaba ella junto a tres de nuestros amigos, jugando con la pelota en la orilla. Pasamos la mañana todos juntos, luego volvimos a casa a comer sabiendo que nos volveríamos a ver, ya que Rocío nos había invitado a su piscina por la tarde.

Según nuestra madre, Sara y yo pasamos toda la tarde con nuestros amigos en su piscina, volvimos a casa sobre las diez, estábamos agotados y nos acostamos enseguida. Esa noche desapareció Rocío, sus abuelos no sabían nada y cuando sus padres llegaron a casa después de pasar el fin de semana fuera ella ya no estaba. Ninguno de nosotros recordaba nada, ni siquiera haber pasado la tarde juntos y eso era bastante sospechoso, pero nadie parecía darle importancia, lo achacaban al shock de su desaparición.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La casa de verano

Su risa era contagiosa, como un cosquilleo que empezaba en el estomago y te hacia sonreír, intentabas evitarlo si estabas enfadado, pero era prácticamente imposible.
En la casa de sus padres había un antiguo retrato de familia en una pared del salón. Sus hermanos salían sonrientes, con cara de traviesos. Su madre tenía una ligera sonrisa y la miraba de reojo. El padre estaba erguido, serio pero relajado, con la mirada fija, parecía seguirte por la habitación, siempre me puso los pelos de punta. Ella no sonreía, tenia un gesto triste, pero su semblante era tranquilo.
Todos los veranos su familia organizaba una fiesta al terminar las vacaciones, la casa y sus jardines se llenaban de todo tipo de gente. Muy bien vestidos, bronceados y sonrientes, pero con cierta tristeza en sus miradas, quizás por el fin de las vacaciones, por la vuelta a ciudad, o por sus monótonas vidas.
Desde que ella desapareció no nos volvieron a invitar a la casa de verano, su madre decía que era demasiado doloroso vernos corretear en la piscina y que ella no jugara con nosotros, aunque realmente nunca pareció que se alegrara mucho de tenernos por ahí.
Ya habían pasado 4 meses desde la última vez que la vimos, y yo no estaba dispuesto a que nos excluyeran de la investigación. Pero ¿Qué podíamos hacer? Para sus padres siempre seriamos unos críos que no recordaban nada de aquel día, poco podíamos hacer.







1ª parte

miércoles, 1 de febrero de 2012

Ojalá fuese otoño

Cansada de tanto dormir, aburrida de no saber que hacer, se despertó un lunes cualquiera de una semana cualquiera y miró por la ventana. El otoño había llegado, los arboles estaban vestidos de cálidos naranjas y parecían arder.
Se levantó de la cama y se preparó un café. Desde que se mudó no tenía ganas de nada, pero quedarse todo el día en la cama no ayudaba. Necesitaba despejarse, así que se vistió con lo primero que encontró y salió a pasear. Era su estación favorita del año, le encantaba como crujían las hojas a cada paso que daba. Buscó el camino que llevaba al río, era un pequeño sendero que se había formado con el paso del tiempo. Ya se oía el fluir del agua, se quito las botas, el jersey y los pantalones, y metió un pie. Se despertó de golpe, estaba congelada, pero era agradable. Se zambulló y nado a lo ancho del pequeño riachuelo. Era una delicia, allí se olvidaba de todo, los problemas no existían, los ruidos de la ciudad quedaban enmudecidos, y parecía que estaba ella sola contra el mundo, se sentía invencible.
De pronto oyó un crujido, un pequeño conejo se acercó a la orilla y se puso a beber, parecía una situación idílica, demasiado quizás. El crujido se convirtió en pitido, y el relajante ruido de las aguas en un ruido de fondo lleno de voces, portazos, y carreras.
Abrió los ojos y ya no estaba nadando en el río, no había conejo ni arboles en llamas, solo una fría y estéril habitación de hospital. No podía mover la cabeza, solo veía lo que tenia enfrente.  Intentó llamar a alguien, pero ni un hilo de voz salió de su boca. No alcanzaba el timbre, y no recordaba que hacía ahí.
Una tímida lagrima de impotencia recorrió su mejilla, solo podía esperar a que alguien apareciera. Deseó estar en aquel río, entre los arboles con sus hojas teñidas de naranja, entonces cerro los ojos y se sumergió en la oscuridad, con la esperanza de que al abrirlos volviera a estar nadando entre las frías aguas.