miércoles, 12 de febrero de 2014

La primera de muchas

Las lágrimas empañaban sus ojos mientras intentaba escribir la carta, le temblaba el pulso y no reconocía su propia letra, pero no podía dejar de escribir, no pensaba en lo que decía, simplemente se vaciaba sobre el papel.

Escribía todo aquello que querría haberle dicho, todas aquellas cosas que sabía que no podría, todos aquellos momentos que le habría gustado poder compartir y que ahora sería imposible.

Estaba enfadada, se sentía impotente, no había nada que ella pudiera hacer, y sabía que enfadarse no serviría de nada, que nada iba a cambiar, pero no lo podía evitar, hasta sentía odio, odio por dejarla sola, por esa escueta despedida, por esos últimos momentos compartidos que le habría gustado que no terminaran nunca. Todo ese tiempo en su compañía le parecía tan poco… Le habría gustado hacer las cosas de otra manera, enfadarse por menos estupideces, hablar de todos los temas que siempre había pensado que ya tendrían tiempo de abordar, haberse sentido menos celosa y haber disfrutado más en su compañía.

Pero ahora ya era tarde, ya no podía cambiar el pasado, y el futuro, el futuro ahora ya era inexistente, ya no habría un futuro, ya no podría preguntarle su opinión, pero había tomado una determinación, ¿Por qué no iba a poder preguntarle cualquier cosa? ¿Por qué no iba a compartir sus tristezas y alegrías? Le escribiría cartas, cartas interminables donde la haría participe de todo lo que pasara en su vida, y se las haría llegar, estaba segura de que las leería, reiría y lloraría con ella, y esperaría su respuesta, esa que sabía que nunca llegaría por escrito, pero contestar… contestaría seguro.

Esta era la primera carta, la primera de las muchas que pensaba escribir, siempre le gustó explicarse por escrito, le pareció un gesto romántico poder conservar las palabras de la persona amada, esas que si se dicen se las puede llevar el viento y no volverlas a oír…

La estaba terminando, estaba llena de borrones por las lágrimas, la letra era casi ilegible y no había una sola línea recta, pero no quiso pasarla a limpio. Se despidió, firmó y la metió en un sobre.


Se lavó bien la cara, las lágrimas y los restos de maquillaje emborronado. Se sirvió un café y volvió a la mesa. Se quedó un rato pensando en todo lo que había escrito y en la desesperación de su despedida, se decidió, la cogió y la guardó en el cajón. Ella lo entendería perfectamente.

lunes, 28 de octubre de 2013

La hora del té

La nieve cubría las montañas, el conductor apenas distinguía la carretera y el reflejo del sol en el blanco paisaje no ayudaba.
-       -   Edgar querido ¿podrías tomar las curvas con más cuidado? Intento tomarme un té.
-       -  Si señora, disculpe.
-       -   La verdad es que no se por qué no podías tomar el té al llegar a la casa, Edgar solo te lo ha ofrecido por educación.
-        -  Pues si me lo ofrecen lo podré aceptar, digo yo.
El chofer retiró un momento la vista de la carretera para observar a sus pasajeros, cuando un conejo se cruzó en su camino. Un volantazo a tiempo evitó el atropello, pero la taza de té acabó derramada sobre la señora.
-         - ¡Edgar! ¿Se puede saber a qué juegas? Esto es un desastre, pienso informar a mi prima…
-         - Querida, tampoco es para tanto, solo es un poco de té.
-         -  ¿Un poco de té? ¿Solo un poco de té? Habéis elegido este dichoso camino para llevarme la contraria, yo quería ir viendo el río, y me hacéis ver estos malditos acantilados nevados… ¡Y encima voy a terminar acatarrada!
-         - Lo siento señora, ha sido un accidente, un animal se ha cruzado y…
-         - ¿Lo ves mi vida? Ha sido sin querer. Además, sabes que este es el camino más corto y Edgar lo conoce como la palma de su mano.
-         - Bueno, vale. Pero de todos modos no puedo presentarme así, tendré que cambiarme.
-         - ¿Cambiarte? ¿Ahora?
-         - Si claro, no querrás que enferme.
-         - Pero no sé, delante de Edgar…
-         - No digas tonterías, Edgar no va a mirar, está ocupado salvando animalitos…
-         - Pero querida, ¿no sería mejor que te mudases al llegar?
-         - Que pesado eres ¡Que no! Si tanto te preocupa, haz parar el coche y esperad fuera mientras me cambio.
-         - ¿Salir con la que está cayendo? Si con tanta nieve no se ve ni a un metro.
-         - ¡¡Pues que salga Edgar!!

El coche se detuvo a un lado y bajó el chofer, se paró frente a su puerta dando la espalda al vehículo.
-          
      . ¿Pero esta mujer que pretende? Que pille una pulmonía, seguro… ¡Si debemos estar a menos 10 grados!



-       -   Lo ves querida, ya estas lista, no hacía falta ponerse dramática.
-       -  Claro, como tú estas seco…
-       -   No digas bobadas, si solo ha sido una taza de nada.
-       -   ¿Solo una taza? ¿Solo una? ¡Pues toma!
-        -  ¿Pero qué haces? ¿Estás loca?
-        -  A ver si ahora te sigue pareciendo una bobada.
-        - ¿Por qué lo has hecho? ¿Cómo voy a presentarme así? ¡Me tendré que cambiar de ropa!

Un pequeño volantazo les hizo chocar el uno contra el otro.
-        
            -  Pero Edgar, ¿Qué pretendes?
-         -  Lo siento señora, ha sido un pequeño susto, no se preocupe, ya estamos llegando.
-         -  Madre mía, voy a necesitar un calmante, voy a llegar de los nervios. Querido ve preparándote.
-         - ¿Preparándome? ¡Pero si estoy empapado!

-         -  Sandeces, tú mismo lo has dicho. Solo ha sido una taza de nada.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Lo consiguió

Mientras se limpia la sangre de las manos silva una canción infantil. Se seca con una pequeña toalla en la que quedan los restos que el agua no se ha llevado. 
Piensa en ella, tan sonriente y alegre, contagiando a todos su felicidad, y como se transforma cuando están a solas. Como todo le molesta, todo le parece mal y no hace más que criticar. No le gusta la comida, ni que no haga la cama, pero ¿para que la va a hacer si en cuanto la vea la deshará diciendo que esta mal?
Como se pone por la maldita pasta de dientes... La cierra al recordarlo y repara en las manchas de la toalla, la deja en remojo, para que luego diga que no la escucha...
En la cocina friega el suelo a conciencia, utiliza lejía, disolvente y todo lo que encuentra a su paso, no deja ni rastro de sangre.
Cuando acaba y va a guardarlo todo ve su reflejo en un espejo y se sorprende, guantes de goma, un delantal, el cubo y la fregona, al final lo ha conseguido, le ha cambiado, ahora limpia lo que ensucia. Se ríe ante su reflejo, es una pena que ella ya no pueda ver lo que sus criticas han conseguido.

sábado, 6 de julio de 2013

Decisions


Caminando hacia la playa se desvía por un camino que bordea el acantilado, se para en una gran roca y se sienta con las piernas colgando. Solo se oye chocar las olas y el graznar de las gaviotas. El viento la despeina pero le da igual, cierra los ojos y siente el calor del sol en su piel, no puede evitar sonreír.

Abre los ojos, se levanta y mira hacia abajo, no parece tan alto. Se decide a saltar, la caída se le hace corta, la bofetada del mar le sienta bien. Nada, bucea, flota…

Cuando se cansa y quiere salir se da cuenta de que no hay ningún saliente del que agarrarse. Se acerca e intenta escalar, pero solo resbala. Nada mar adentro  para tener algo de perspectiva, pero resulta en vano, no encuentra por dónde escalar y el cansancio la debilita, cada vez le cuesta más mantenerse a flote y se empieza a desesperar...

Abre los ojos, se levanta y mira hacia abajo, no parece tan alto, pero hoy tampoco es el día. Deshace el camino de vuelta a casa mientras piensa "a lo mejor mañana me decido a saltar".

lunes, 17 de junio de 2013

En lo más hondo


El vaivén de la casa flotante ayudaba a conciliar el sueño, pero esa noche hacía demasiado calor. Las mosquiteras, que tan necesarias eran en las noches de verano, amortiguaban la brisa.
Se levantó y salió de la casa con un vaso de agua. La luna y las estrellas se reflejaban en el mar. Se sentó en una de las tumbonas del pequeño porche y en cuanto cerró los ojos se quedó dormido. Despertó sudando sin saber cuánto tiempo había pasado, todavía no había amanecido.
Nunca le había gustado bañarse de noche, pero el calor era sofocante. Pegó un gran salto y el frio contacto con el agua le reconfortó, no era tan horrible. Empezó a nadar y por fin se sumergió, la luz de la luna proporcionaba una claridad asombrosa bajo el agua. Siguió bajando y algo le rozo el pie, se giró pero no vio nada. Al poco rato lo volvió a notar, se dijo a si mismo que era la falta de aire, además empezaba a tener frío. Intentó subir, pero una corriente se lo impedía. Volvió a tocarle el pie y miró, pero seguía sin ver nada. Una fuerza que no sabía de dónde salía le impulso hacia arriba, ya estaba a punto de salir a la superficie cuando volvió a mirar tras él, una sombra oscura se le acercaba, intentó nadar más aprisa, pero los nervios se lo impidieron. Se giró de nuevo y pudo ver un par de brazos que no veía de donde salían, pero intentaban agarrarle. Empezó a patalear intentando zafarse de ellos, les dio un par de golpes pero no consiguió nada. Los dos brazos se convirtieron en cuatro, y estos cuatro en seis, no podía creer lo que estaba viendo, empezó a marearse y dejó de luchar, los brazos del mar se lo llevaron con ellos.

lunes, 21 de enero de 2013

Familia...


Estaba a punto de salir cuando Marco me agarró. Yo le grité que me dejara en paz. Me solté y empecé a andar, de pronto algo me golpeó la espalda, un libro. Me giré enfadado cuando empezó a gritarme que estaba loco y era un desagradecido. Encima de la mesa estaba el teléfono, lo cogí y se lo tiré, le dio en la frente, eso le enfadó más y deje de entender lo que me decía, se estaba poniendo morado, hablaba tan rápido que parecía no respirar. Sus manos se movían muy deprisa, la vena de su frente parecía crecer más cada segundo. Quería cerrar la puerta, pero me bloqueaba la salida. De pronto se tranquilizó:

- Solo dime la razón, ¿Por qué mataste a papá?

Entonces me dio la risa. 

- ¿Por qué? ¿Por qué? Porque era un cerdo
- ¿Y por qué me lo has contado?
- Porque tú eres igual de cerdo y avaricioso, pero no me parecía justo que murieras sin saber la verdad.
- ¡¿Morir?!

Se quedó pálido e intentó correr, pero ahora era yo quien bloqueaba la salida. Saqué el abrecartas y en su cara se dibujo el miedo, el mismo miedo que debía haber sentido mi padre.

Su pecho se lo tragó como un animal hambriento, la sangre empezó a brotar bañando la habitación. Esperé a su lado mientras se iba apagando. Retiré el abrecartas y me fui.

Mientras me duchaba lo decidí, la siguiente sería mamá, ya era hora de independizarme. 

miércoles, 29 de agosto de 2012

La casa de verano (4)


Los meses pasaron y el curso acabó. Volvía a ser verano y la tía Emma nos había vuelto a invitar a su casa.
Hacía meses que no avanzábamos en nuestro intento de “investigación” y lo habíamos dejado un poco de lado. Durante el curso la tienda no había ido muy bien, y nuestros padres habían decidido ahorrarse el sueldo de la dependienta de verano y quedarse ellos un mes más en la ciudad para intentar ahorrar un poco. Así que nos mandaron a Sara y a mí en tren.

A mis 14 años ese corto viaje sin padres me parecía toda una aventura. Nuestros tíos nos recogerían en la estación, así que no había de que preocuparse.

Mamá nos acompañó al tren, le dijo a Sara que me hiciera caso y que no saliéramos del compartimento hasta llegar a nuestra parada, y todos los típicos consejos de madre, no habléis con extraños, tened cuidado, no os separéis, etc.

La verdad es que el viaje fue una gran decepción, no pasó nada emocionante, y me quede con las ganas de saciar mi sed de aventuras. Sara se había quedado dormida en cuanto salimos de la ciudad, y una señora mayor me contó su interminable vida hasta que fingí estar dormido.

La tía Emma nos esperaba sonriente en el andén, nos llevó a casa y allí tenía preparada una merienda increíble, con bollos rellenos de crema, tarta de manzana, pastelitos de canela y magdalenas de chocolate. Se nos hizo la boca agua solo con olerlo.

Después de instalarnos salimos a dar una vuelta en bici, al llegar a la plaza vimos a las chicas  tomando un helado y nos dijeron que los demás llegarían en un par de días.

Cuando volvíamos a casa pasamos por la calle de Rocío, sus hermanos jugaban en el jardín pero en cuanto nos vieron entraron en la casa. Ya nos íbamos cuando perdí de vista a Sara. Había entrado en el jardín, algo había llamado su atención. Me lo estaba enseñando, pero mi vista no alcanzaba a distinguir lo que era.
Al acercarse pude ver un pequeño zapatito de plata, no entendía nada. Me explicó que era el colgante de una pulsera que le habían regalado las chicas a Rocío en su cumpleaños. No me pareció raro que estuviera en el jardín de su casa, Sara siguió contándome. A Rocío le había encantado la pulsera, y nunca se la quitaba, ni para bañarse en la piscina. Yo seguía sin entender por qué Sara estaba tan nerviosa:

-¿De verdad no ves lo que puede significar? Si Rocío se hubiera ido por su propio pie la pulsera no estaría rota, alguien tuvo que obligarla.

Entonces entendí lo que quería decir, me puse igual de nervioso que ella, teníamos una nueva pista. Sara quería llevarlo a la comisaria de inmediato, pero la convencí para que esperara unos días, cuando los chicos llegaran nos reuniríamos todos, les explicaríamos lo que habíamos encontrado y decidiríamos que hacer juntos.

En realidad lo único que yo quería era algo de tiempo para poder pensar a solas antes de que nos volvieran a apartar de la investigación. Me pasé dos noches sin dormir intentando buscar alguna explicación, pero si no se me había ocurrido nada en todo un año, no iba a resolver el caso en un par de días.

Todos estaban de acuerdo con Sara, había que entregar el zapatito a la policía. Así que esa misma tarde fuimos a comisaría y explicamos cómo lo habíamos encontrado y lo que creíamos que podía significar.

-Chicos, entiendo que os parezca divertido jugar a los detectives y que queráis ayudar. Pero esto no quiere decir nada. Se le podía haber roto jugando con sus hermanos, o de cualquier forma absurda. De todos modos nos quedaremos la prueba por si acaso, y por favor, dejad que hagamos nuestro trabajo y vosotros preocupaos de ir a la playa o jugar con el balón.

Salimos de allí decepcionados, nos seguían tratando como a críos, y era cierto que se podía haber roto de alguna de esas formas, pero ¿y si no fue así? 

En ese momento decidimos que no podíamos contar con la policía.