Mientras se limpia la sangre de las manos silva una canción infantil. Se seca con una pequeña toalla en la que quedan los restos que el agua no se ha llevado.
Piensa en ella, tan sonriente y alegre, contagiando a todos su felicidad, y como se transforma cuando están a solas. Como todo le molesta, todo le parece mal y no hace más que criticar. No le gusta la comida, ni que no haga la cama, pero ¿para que la va a hacer si en cuanto la vea la deshará diciendo que esta mal?
Como se pone por la maldita pasta de dientes... La cierra al recordarlo y repara en las manchas de la toalla, la deja en remojo, para que luego diga que no la escucha...
En la cocina friega el suelo a conciencia, utiliza lejía, disolvente y todo lo que encuentra a su paso, no deja ni rastro de sangre.
Cuando acaba y va a guardarlo todo ve su reflejo en un espejo y se sorprende, guantes de goma, un delantal, el cubo y la fregona, al final lo ha conseguido, le ha cambiado, ahora limpia lo que ensucia. Se ríe ante su reflejo, es una pena que ella ya no pueda ver lo que sus criticas han conseguido.