Los
meses pasaron y el curso acabó. Volvía a ser verano y la tía Emma nos había
vuelto a invitar a su casa.
Hacía
meses que no avanzábamos en nuestro intento de “investigación” y lo habíamos
dejado un poco de lado. Durante el curso la tienda no había ido muy bien, y nuestros
padres habían decidido ahorrarse el sueldo de la dependienta de verano y
quedarse ellos un mes más en la ciudad para intentar ahorrar un poco. Así que
nos mandaron a Sara y a mí en tren.
A
mis 14 años ese corto viaje sin padres me parecía toda una aventura. Nuestros tíos
nos recogerían en la estación, así que no había de que preocuparse.
Mamá
nos acompañó al tren, le dijo a Sara que me hiciera caso y que no saliéramos del
compartimento hasta llegar a nuestra parada, y todos los típicos consejos de madre,
no habléis con extraños, tened cuidado,
no os separéis, etc.
La
verdad es que el viaje fue una gran decepción, no pasó nada emocionante, y me
quede con las ganas de saciar mi sed de aventuras. Sara se había quedado
dormida en cuanto salimos de la ciudad, y una señora mayor me contó su
interminable vida hasta que fingí estar dormido.
La
tía Emma nos esperaba sonriente en el andén, nos llevó a casa y allí tenía
preparada una merienda increíble, con bollos rellenos de crema, tarta de
manzana, pastelitos de canela y magdalenas de chocolate. Se nos hizo la boca
agua solo con olerlo.
Después
de instalarnos salimos a dar una vuelta en bici, al llegar a la plaza vimos a las
chicas tomando un helado y nos dijeron
que los demás llegarían en un par de días.
Cuando
volvíamos a casa pasamos por la calle de Rocío, sus hermanos jugaban en el
jardín pero en cuanto nos vieron entraron en la casa. Ya nos íbamos cuando perdí
de vista a Sara. Había entrado en el jardín, algo había llamado su atención. Me
lo estaba enseñando, pero mi vista no alcanzaba a distinguir lo que era.
Al
acercarse pude ver un pequeño zapatito de plata, no entendía nada. Me explicó
que era el colgante de una pulsera que le habían regalado las chicas a Rocío en
su cumpleaños. No me pareció raro que estuviera en el jardín de su casa, Sara siguió
contándome. A Rocío le había encantado la pulsera, y nunca se la quitaba, ni
para bañarse en la piscina. Yo seguía sin entender por qué Sara estaba tan
nerviosa:
-¿De
verdad no ves lo que puede significar? Si Rocío se hubiera ido por su propio
pie la pulsera no estaría rota, alguien tuvo que obligarla.
Entonces
entendí lo que quería decir, me puse igual de nervioso que ella, teníamos una
nueva pista. Sara quería llevarlo a la comisaria de inmediato, pero la convencí
para que esperara unos días, cuando los chicos llegaran nos reuniríamos todos,
les explicaríamos lo que habíamos encontrado y decidiríamos que hacer juntos.
En
realidad lo único que yo quería era algo de tiempo para poder pensar a solas
antes de que nos volvieran a apartar de la investigación. Me pasé dos noches
sin dormir intentando buscar alguna explicación, pero si no se me había
ocurrido nada en todo un año, no iba a resolver el caso en un par de días.
Todos
estaban de acuerdo con Sara, había que entregar el zapatito a la policía. Así
que esa misma tarde fuimos a comisaría y explicamos cómo lo habíamos encontrado
y lo que creíamos que podía significar.
-Chicos, entiendo que os parezca divertido
jugar a los detectives y que queráis ayudar. Pero esto no quiere decir nada. Se
le podía haber roto jugando con sus hermanos, o de cualquier forma absurda. De
todos modos nos quedaremos la prueba por si acaso, y por favor, dejad que
hagamos nuestro trabajo y vosotros preocupaos de ir a la playa o jugar con el
balón.
Salimos
de allí decepcionados, nos seguían tratando como a críos, y era cierto que se
podía haber roto de alguna de esas formas, pero ¿y si no fue así?
En
ese momento decidimos que no podíamos contar con la policía.